Conexión Íntima con Dios o Aplausos Humanos

(Mt. 6:1, 5 NTV)

“¡Tengan cuidado! No hagan sus buenas acciones en público para que los demás los admiren, porque perderán la recompensa de su Padre, que está en el cielo. [. . .] Cuando ores, no hagas como los hipócritas, a quienes les encanta orar en público, en las esquinas de las calles y en las sinagogas, donde todos pueden verlos. Les digo la verdad, no recibirán otra recompensa más que esa”

Jesús no está en el negocio del espectáculo religioso; los discípulos comprendieron esto muy pronto. Jesús desea que tengamos una conexión genuina con el Padre celestial. Tocar trompetas, buscar el aplauso y la admiración de la gente al exponer públicamente nuestra espiritualidad es aferrarse a lo pasajero, a lo terrenal, y resulta en la pérdida de la conexión con la fuente de vida (Mt. 6:1, 5). Así que orar y “orar” no es lo mismo. Recuerdo al fariseo que, después de orar, salió del templo con las manos vacías, mientras que el publicano salió justificado (Lc. 18:9-14). ¿Cuál es la diferencia? ¿Cuál es el resultado? ¿Qué deseo ver en mi vida?

Jesús impresionó a las multitudes y a sus discípulos de una manera distinta. La gente se asombraba de sus enseñanzas porque hablaba con verdadera autoridad, algo que no se veía entre los maestros de la ley de aquellos tiempos (Mt. 7:28; Lc. 4:22). Su sabiduría y poder para realizar milagros sorprendieron a la gente de Nazaret, la ciudad donde creció (Mt. 13:54; Jn. 7:15). Cuando calmó una tormenta, los discípulos se preguntaban: “¿Quién es este hombre? ¡Hasta el viento y las olas lo obedecen!” (Mt. 8:27). La vida de oración de Jesús, que ocurría frecuentemente en lugares apartados, mostraba su verdadero poder y autoridad (Mr. 1:35; Mr. 6:46-48; Lc. 4:42; Lc. 6:12; Lc. 22:39-46). Jesús entendía lo que significaba estar conectado en lo íntimo con la fuente de vida. Sabía apartarse de todo bullicio interno y externo para pasar tiempo valioso a solas con el Padre. Desde esa conexión con el Padre, quien ve lo más profundo de nuestros corazones, fluía la vida a través de Él. No me sorprende que los discípulos le pidieran que les enseñara a orar (Lc. 11:1); claramente, esa era la parte del ministerio de Jesús que más les fascinaba. Oro: Señor, deseo tener esa clase de conexión con la fuente de vida, con el Padre celestial.

Hacer las cosas que Dios nos llama a hacer con motivos falsos es grave, especialmente cuando buscamos nuestra propia gloria en lugar de la gloria de Dios (Mt. 6:1). ¿Es posible que le estemos robando la gloria a Dios? La oración y los votos a Dios son prácticas cristianas con las cuales, sutilmente, podemos intentar impresionar al mundo sin estar verdaderamente conectados con Dios. Podemos hacer mucho ruido y, sí, recibiremos una recompensa, pero, ¿de qué tipo (Mt. 6:2, 5, 16)? Es claro: no podemos cosechar en ambos lados.

A veces no tenemos porque no pedimos, pero es aún más crítico orar con propósitos equivocados (Stg. 4:2-3). Los judíos tomaban en serio la oración, pero tenían un problema que también nos puede afectar a nosotros. Su falla no era por no orar, sino por orar de manera equivocada. Tenían un conjunto de oraciones que usaban en distintos horarios del día. No hay nada de malo en usar oraciones preestablecidas; yo mismo las he usado y continúo haciéndolo, especialmente los salmos. El problema surge cuando estas oraciones no se hacen con el corazón y se vuelven formalistas, ritualistas y vacías. Pero cuidado, no critiquemos. Examinémonos: ¿Son mis oraciones vanas repeticiones (aunque no las haya aprendido de memoria)? ¿Son oraciones sin corazón, oraciones con cierto aire de encantamiento, oraciones para ser admirado? ¿Son mis oraciones discursos o predicaciones disfrazadas para quienes me escuchan? ¿Son verdaderas oraciones?

¿Importa el lugar donde oramos? Muchos vinculan la oración eficaz a lugares “especiales”, como el templo o la sinagoga, y es cierto que algunos lugares inspiran de manera especial a la oración. Sin embargo, Dios no está confinado a un lugar en particular. Así que el lugar no es lo más importante. Sin embargo, en cualquier lugar que oremos, si lo hacemos con motivos falsos, ya hemos recibido nuestra recompensa y hemos perdido la conexión con Dios. La forma y el lugar son secundarios; lo importante es el corazón, la actitud y que las oraciones sean sinceramente dirigidas a Dios: es Dios y yo en cualquier lugar.

Ah, y respecto a las oraciones largas y las frases repetitivas, aquellas con las que parece que tratamos de convencer a Dios: ¿son las oraciones largas más efectivas? ¿Revelan una devoción más profunda? ¿Qué hacemos con lo que enseña Eclesiastés? “No te apresures, ni con la boca ni con la mente, a proferir ante Dios palabra alguna; él está en el cielo y tú estás en la tierra. Mide, pues, tus palabras” (Ecl. 5:2 NVI). ¿Es posible que algunas oraciones deban hacerse en silencio? ¿Es menos al final más? No necesitamos hipnotizar a Dios con vanas palabrerías; Él vive, está presente, ve, sabe, escucha, responde y recompensa (1 Re. 18:26; Hch. 19:34; Mt. 7:7-11). Conocer mejor a Dios transformará nuestras oraciones.

Entonces, ¿qué diferencia hay entre las oraciones llenas de palabras repetidas y la oración perseverante? ¿Qué importancia tiene tener buenos modelos para aprender a orar?

SEÑOR, enséñame a orar.

Reflexión

  1. ¿Qué motivaciones me impulsan a realizar buenas obras o a orar en público? ¿Cómo puedo cultivar una actitud que honre a Dios en privado y en público?
  2. ¿De qué maneras mi vida de oración se parece o se diferencia de la de Jesús?
    ¿Cómo puedo incorporar momentos de oración profunda y sincera, lejos del bullicio y con una verdadera intención de conectarme con Dios?
  3. ¿Mis oraciones se enfocan en mi relación con Dios o en impresionar a los que me rodean?
  4. ¿Qué cambios podría hacer en mi práctica de oración para que sea más sincera y menos rutinaria?

Mis apuntes

La comunión fraternal (Hch.2:42)

La comunión fraternal (Hch.2:42)

En los primeros días de la iglesia primitiva, la comunión fraternal no era solo un sueño o un rito religioso, sino una forma de vida arraigada en el corazón de los creyentes. En el libro de los Hechos, se describe cómo aquellos que aceptaron la palabra de Dios fueron bautizados y se unieron en comunidad, perseverando en la doctrina de los apóstoles, compartiendo el pan y participando en la oración (Hechos 2:41-42).

Cuando veo la Cruz (Colosenses 1:19-20)

Cuando veo la Cruz (Colosenses 1:19-20)

“Pues a Dios, en toda su plenitud, le agradó vivir en Cristo y, por medio de él, Dios reconcilió consigo todas las cosas. Hizo la paz con todo lo que existe en el cielo y en la tierra por medio de la sangre de Cristo en la cruz” (Col.1:19-20) NTV.

La enseñanza de los apóstoles (Hch.2:42)

La enseñanza de los apóstoles (Hch.2:42)

La experiencia de la iglesia en el libro de los Hechos revela varios elementos que impulsaron su dinamismo, desde Jerusalén hasta Judea, Samaria y más allá (Hch.1:8). El Espíritu Santo llegó con poder y evidencia palpable. Pedro predicó, y multitudes abrazaron a Cristo. Es esencial examinar los factores que contribuyeron a la consolidación y el avance de la iglesia, factores que se encuentran tanto en los Hechos como en el resto del Nuevo Testamento.

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