Cuando veo la Cruz
(Col.1:19-20)
“Pues a Dios, en toda su plenitud, le agradó vivir en Cristo y, por medio de él, Dios reconcilió consigo todas las cosas. Hizo la paz con todo lo que existe en el cielo y en la tierra por medio de la sangre de Cristo en la cruz” (Col.1:19-20) NTV.
“Pues a Dios, en toda su plenitud, le agradó vivir en Cristo y, por medio de él, Dios reconcilió consigo todas las cosas. Hizo la paz con todo lo que existe en el cielo y en la tierra por medio de la sangre de Cristo en la cruz” (Col.1:19-20) NTV.
CUANDO VEO LA CRUZ, tomo conciencia de la gravedad de mi pecado; fueron mis transgresiones las que te clavaron, Jesús, a ese madero. Los clavos no te retuvieron en aquella cruz, sino tu inmenso amor por mí. No fueron tus faltas, sino mis pecados los que te llevaron al sufrimiento; y todo desprecio, rechazo y dolor lo enfrentaste sin retroceder. Todo lo hiciste por mi paz, rescate y sanidad. ¡Gracias, mi Señor!
CUANDO VEO LA CRUZ, aprecio tu obediencia absoluta al Padre. Tentado como nosotros, pero sin ser vencido. Fuiste el Sumo Sacerdote que no tuvo que ofrecer sacrificios para sí mismo, todo fue por mí. Desde la cruz resonaron con claridad y autoridad aquellas palabras que sellaron mi redención: “Todo se ha cumplido”. La cruz y la tumba están vacías. “La muerte ha sido devorada por la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?” ¡Gracias Padre, por la victoria en Jesucristo! (1Cor.15:54-57) NVI.
CUANDO VEO LA CRUZ, recuerdo lo que las Escrituras dicen acerca de aquel momento oscuro de tu rechazo, soledad y dolor, pero fue precisamente en ese instante en que el velo del templo se rasgó. Momento oscuro para ti, momento de luz para mí. Experimentaste lo que significa el ser totalmente apartado. Ahora puedo vivir la eterna conexión con el Padre celestial, la dulce presencia de mi Creador ¡Te alabo y te adoro, mi Señor!
CUANDO VEO LA CRUZ, percibo ese caudal de tu amor inagotable fluyendo hacia mí. Viniste a un mundo decadente para servir desinteresadamente, sanar y rescatar. Desde la cruz me ofreces perdón, vida eterna y esperanza. Cada día deseo sumergirme en esos caudales de vida que emanan de la cruz. Son esos caudales los que me sostienen, guían, fortalecen e impulsan. ¡No hay nadie como tú, Señor!
CUANDO VEO LA CRUZ, veo tus brazos abiertos demostrándome mi gran valor en ti. Me aceptas tal como soy, te regocijas con mi cercanía y sufres cuando me alejo. La cruz me recuerda que he sido perdonado y que tienes un plan y un propósito para mí. ¡Ayúdame a entender y seguir tus caminos, planes y propósitos, Señor!
CUANDO VEO LA CRUZ, recuerdo que con una corona de espinas te hiciste Rey para siempre. El camino hacia arriba te llevó primero por el valle oscuro, de golpes, de humillación y rechazo. No fueron las posiciones, ni los títulos o los privilegios que te hicieron grande. Te agachaste para servir con humildad, y esa obediencia y humildad establecieron tu trono. El mundo, ahora y siempre, tiene que reconocer que no hay nadie más grande como Tú. Que mi servicio refleje esa misma actitud, ¡ayúdame, Señor!
CUANDO VEO LA CRUZ, noto que está vacía. Has resucitado por el poder de Dios, venciendo así la muerte. La muerte no Te pudo contener, ¡has vencido! Ese mismo poder lo prometiste a todo creyente. Ese poder me capacita para vivir en victoria y servirte eficazmente. Escucho el llamado a seguirte, a vivir para tus propósitos, sin importar el costo. ¡Aquí estoy, Señor!
Reflexión
“Teniendo, pues, un gran Sumo Sacerdote que trascendió los cielos, Jesús, el Hijo de Dios, retengamos nuestra fe. Porque no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino Uno que ha sido tentado en todo como nosotros, pero sin pecado. Por tanto, acerquémonos con confianza al trono de la gracia para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna” (Hebreos 4:14-16, NBLA).
¿Cómo influye el conocimiento de que Jesús, como Sumo Sacerdote, comprendió nuestras debilidades y tentaciones, en nuestra manera de acercarnos al trono de la gracia con confianza, para recibir misericordia y encontrar ayuda oportuna cuando enfrentamos los desafíos y dificultades de la vida?
¿Qué cambios podríamos hacer en nuestra vida diaria al recordar que tenemos acceso directo al trono de la gracia y a la misericordia de Dios?
Mis apuntes
Jesucristo es SEÑOR (Hch.2:36)
»Sépalo bien todo el pueblo de Israel, que a este Jesús, a quien ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Cristo.» (Hechos 2:36, RVC).
Perseveraban en la oración (Hch.2:42)
La primera iglesia cristiana inicia a raíz de la clara predicación del Evangelio, acompañada por el poder de Dios. Este episodio establece los cimientos de la comunidad cristiana y su misión: compartir el Evangelio de Jesucristo en todo el mundo. Los creyentes perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión fraternal, en el partimiento del pan y en la oración. Además, eran movidos por el temor a Dios, practicaban una generosidad impactante, vivían en unidad, experimentaban gozo y alegría, alababan a Dios y disfrutaban del favor del pueblo. Esto llevó a más crecimiento, ya que los que iban siendo salvos se unían a esta comunidad.
El partimiento del pan (Hch.2:42)
El tema del partimiento del pan en Hechos 2 está al mismo nivel que la doctrina, la comunión de los unos con los otros y la oración. La iglesia en el libro de los Hechos no perdía la perspectiva y la razón de su existencia: La salvación a través de Jesucristo. Al celebrar la “Cena del Señor” recordaba la iglesia las bases doctrinales del Evangelio (1 Corintios 15:1-8) y reconocía que se reunía alrededor de Jesús, el autor y consumador de la fe cristiana, y quien nos anima a permanecer firmes (Hebreos 12:1-3).